Escrito por José Ignacio Zenteno
Twitter @PepeZd
Director de MAS DATA.
Investigador de percepciones y preferencias públicas.
Durante la campaña por la presidencia de la República en 2018, todos sostuvimos interminables discusiones sobre quién sería la mejor opción para gobernar al país. Cada 6 años se desatan esos mismos debates, solo que en 2018 el tema central giraba en torno a uno de los candidatos que había logrado convencer a millones de que él era la solución a los problemas de México, que la corrupción de las altas esferas del poder era el origen de todos los males y que él, con su estilo desenfadado, desarticulado e improvisado, lograría transformar al país para el bienestar de millones. Han pasado casi 2 años de aquella histórica jornada electoral y quedan muchas dudas sobre la viabilidad de las promesas del aguerrido candidato. Lo que se ha enraizado es su estilo popular e incontinente hasta convertirse en el símbolo de su propia decadencia.
A pesar de que en el ejercicio del cargo Andrés Manuel López Obrador ha dado muestras de que no es capaz de ser el presidente que ofreció ser, me incomoda que al presidente de México se le llame con sobrenombres como “el cacas”, “el chupa cachetes” y últimamente como el “agarra nalgas”. Los motes son consecuencia de sus excesos y abusos del lenguaje y de conductas que no son propios de un Jefe de Estado, más bien nos recuerdan al jefe de una banda de un barrio suburbano.
Tengo la impresión de que el respeto a la figura del Presidente de México se pierde conforme avanzan los sexenios pero se regenera con la llegada de un nuevo presidente. Es un ciclo de muerte y renovación que ocurre cada 6 años en nuestro sistema político. Sí, cada 6 años, no al segundo año y menos después de una elección donde la sociedad optó por un cambio para mejorar. México pasó de “lord peña” a ser gobernado por “el cacas”, triste epitafio que se escribe como consecuencia de un estilo irresponsable, hasta autodestructivo.
Los apodos de AMLO son la cara de una realidad oculta, reflejan la existencia de algo que subyace en el interior de la conciencia colectiva: México se ha quedado sin alternativas. Lo escucho en los grupos focales y lo leo en las encuestas. Gran parte de la gente siente que el gobierno le ha quedado a deber el cambio prometido, así lo resume un señor del norte del país: “aún no se siente el aliviane”. Sin embargo, la gente tampoco está dispuesta a devolverle su confianza a los partidos tradicionales, el recuerdo de la corrupción, del abuso y de los privilegios es todavía muy fuerte. De continuar esta tendencia, las elecciones del 2021 tendrán una abstención como nunca antes, quizá por debajo de las proporciones que vimos en las elecciones del 2019 en Baja California y Puebla, con 30 y 33 por ciento de participación respectivamente.
Lo que ocurre cada vez que una sociedad se queda sin alternativas es que los límites se ensanchan, se hacen más amplios para darle lugar a propuestas que en otro tiempo nunca habrían ganado el favor popular. En 2018 se rompieron los límites del antiguo sistema político conformado por un bloque dominante bipartidista y se abrió paso un tercero en discordia, el mismo que se presentó con un estilo de hacer política rechazado por los electores en las 2 elecciones previas. Se ensancharon los límites.
Un crítico del neoliberalismo como Zygmunt Bauman señala que “la caída del Muro de Berlín inspiró y propagó una mentalidad de ˋfinal de la historiaˊ como la entonces expresada por Fukuyama. La secular rivalidad entre fantasmas (se refiere a las ideologías), que degeneraba una y otra vez en una guerra fratricida, había llegado por fin a su término…, o eso parecía insinuarnos la situación. Y el vencedor, el espectro neoliberal, se había quedado solo en el planeta… Al menos eso es lo que creían los profetas y apóstoles del neoliberalismo.” Luego explica las consecuencias políticas del ascenso neoliberal; “el triunfo ostensible del modo democrático de convivencia terminó acarreando en la práctica un languidecimiento y un deterioro popular en la confianza en los logros de la democracia… la gente está perdiendo interés en las elecciones y por todo lo que hoy en día se considera controversia política; existe la sospecha muy extendida de que las elecciones se han convertido en un engañabobos.”
Sin duda que los estilos populistas llegaron a revolucionar el escenario democrático y tomaron por asalto el poder. Figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson, Víctor Orbán o Andrés Manuel López Obrador, entre otros líderes políticos surgidos recientemente, son beneficiarios del agotamiento de alternativas al que se refiere Bauman.
Pero es posible que su paso por el poder sea tan efímero como su ascenso. Son tiempos de líderes desechables que surgen y se agotan casi tan rápido como irrumpieron en el escenario. En México están los ejemplos de políticos que llegaron a gobernadores de sus estados despertando la simpatía y la esperanza de gran parte del electorado. Recordemos los casos de Rafael Moreno Valle en Puebla, Aristóteles Sandoval en Jalisco, Rodrigo Medina o Jaime Rodríguez “El Bronco” en Nuevo León, por citar algunos que ganaron con una mayoría significativa y hoy son rechazados por sus gobernados. El caso del presidente Barack Obama que al final de su mandato fuera objeto de severas críticas y descalificaciones de un electorado que perdió la confianza en su proyecto y optó por el estilo brabucón de Trump.
El escenario político mexicano atraviesa por un momento de ausencia de alternativas. Un presidente popular y populista que ha perdido el respeto de una parte de la base electoral que lo llevó al triunfo. Un gobierno federal y una serie de gobiernos locales electos bajo las siglas de MORENA que tampoco han demostrado que son el cambio prometido. Un electorado que se niega a voltear al pasado y con ello traicionar las convicciones que lo llevaron a optar por un cambio. Y una tendencia mundial a desechar líderes políticos y a ensanchar los límites de tolerancia hacia nuevos estilos de hacer política.
Las estrategias electorales deberán considerar las nuevas condiciones del escenario. Imaginar que MORENA ganará en el 2021 como lo hizo en el 2018 es una falacia, al igual que suponer que el PAN o el PRI van a recuperar los votos que pierda MORENA solo porque no les queda de otra a los electores. Estamos en un momento en el que los límites se ensanchan.
Si la situación de la autollamada cuarta transformación no mejora, surge la pregunta ¿Cuál será el estilo de político que habría de surgir para que la sociedad mexicana continúe creyendo en alternativas? Sin opciones, la reacción social puede ser radical y optar por figuras más autoritarias, más populistas, más violentas, más irracionales, más mesiánicas.
Solo para iniciados
Las citas son del libro de Zygmunt Bauman y Leónidas Donskis, “Maldad Líquida”, Ed. Paidós, México 2019.
Las opiniones aquí expresadas son exclusivas de quien las escribe.