Jueves, 18 Abril 2024
Miércoles, 30 Agosto 2017 13:57

Cámara Ciudadana Municipal

Escrito por

 

Columna “El Meollo del Asunto”

Por: Daniel Valles.

 

       Quienes ostentan el poder político se resisten a perderlo. Quienes nunca lo han tenido lo quieren y quienes lo han perdido desean recuperarlo con deseos más fuertes que los de los anteriores.

 

       Tenemos un sistema político nacional que está desgastado al máximo. El que ha sobre-politizado todas las acciones que como la administración pública realiza. La competencia por el poder ha sido la causa. Por lo mismo está desgastado al máximo.

 

Todo lo que se haga para obtener el poder, mantenerlo o recupéralo, es el motivante principal para la promoción de las acciones efectuadas desde las posiciones políticas que cada quien tenga. Entregar terrenos, casas, obra, estatuas, ferias, etc. Poco importa que el beneficio mayor no sea para la ciudadanía.

 

Los hombres y mujeres que ostentan el poder y son la clase política y que también son minoría, han de ser los primeros en hacer esto o aquello y de manera más estruendosa. No importa nada más.

 

No se potencializará lo que sea benéfico y pragmático para la gente. Sino lo que realce poderosamente a quien genere la obra o a quien la impida. Sean partidos o personas.

 

Este paradigma está tan desgastado que se ha agotado. Se engaña a algunos despistados. Mas es muy difícil engañar a todos los ciudadanos. Los que saben que en México han sido las instituciones las que han hecho funcionar el sistema. Lo que no saben-o no quieren saber-es que éstas carecen de una personalidad y por ello no hacen distinciones entre la gente. Pues tampoco ven. Obran como se les dirija.

 

Si las instituciones fueran dirigidas por personas cuyo carácter no fuera como es la escritura en la arena, sino como en una roca, entonces funcionarían de la manera y forma como están diseñadas. Para servir a la gente.

 

Las personas, los ciudadanos saben y reconocen a las personas que se encuentran en las instituciones y se caracterizan por tener carácter firme. Pero son pocas. Muy pocas.

 

La mayoría son oportunistas, chapulines. Ventajistas. Chaqueteros, sin carácter pues. Que de igual forma contienden por un partido en una elección, que en otro en la siguiente. Se parecen al genio de la lámpara. En cuanto surge uno nuevo, se aparecen.

 

Los fracasos de los partidos políticos y de la administración pública de la que se trate por mantener una cercanía con el ciudadano son evidentes e ineficaces. Lo que ha provocado el surgir esporádico y aislado de lideratos ciudadanos o ahora, independientes que, identificados con la ciudadanía parecen satisfacerla.

 

Los lideratos ciudadanos llenan momentáneamente los huecos sociales que al mismo tiempo se crearon por las carencias e insensibilidades de la administración pública que se ha corrompido al máximo.

 

Lo que desanima al ciudadano a tomar parte activa en la vida política y en el desarrollo social de la ciudad donde vive. No le queda de otra.

 

Obviada la corrupción por parte de las autoridades, la sociedad se retrae y se concentra en aspectos particulares y sociales que nada tiene que ver con el desarrollo comunitario, sino particular.

 

La consecuencia es un abandono presencial del ciudadano de los lugares de la toma de decisiones de la ciudad. Esto por diversos motivos. Los que forman un “cóctel” de apatía que corroe todo.

 

Esto lo sabe el político que pulula por los partidos políticos. El que se ha dado cuenta que le conviene todo lo anterior. ¿Por qué? Porque así, sin la participación ciudadana en las elecciones éste goza de mayor libertad para hacer todo lo que pueda para conservar el poder desde la opacidad. Así hacen y deshacen a placer.

 

En nuestra cultura mexicana casi no existe el concepto de comunidad. Salvo en casos de terremotos, inundaciones y desgracias colectivas. Como cuando la inseguridad y violencia que el pasado reciente nos ha sucedido en Ciudad Juárez.

 

Por si fuera poco, el paternalismo oficial imperante, donde la solución de todo se le deja a la autoridad en turno, nos ha pasado una factura muy cara. Es como si una ventana rota haya provocado que todas las otras se rompan y todo se deteriore. Como sucede en la teoría de las ventanas rotas. Entonces; “el recurso que queda es la crítica. Crítica que debemos ejercer con valentía, pero también con moderación. Pues sólo la crítica puede limitar los extravíos de un poder embriagado de sí mismo”. Como señalaba Octavio Paz.

 

Democracia es una palabra que se usa como conjuro. Como una fórmula mágica para calmar las cosas. Se nombra, se dice, se habla en un tono que así lo denota. Es una palabra que se venera. Se cree que tiene el efecto de igualar a las personas. Tienen un enorme poder de venta. Mas, cuando los ciudadanos piensan que tienen un problema que solo la autoridad puede arreglar, inevitablemente descubren que en el momento que la misma se involucra, el problema se torna inmensurablemente peor.

 

Por lo mismo y para una mejor administración pública se requiere de la participación del ciudadano en las decisiones de su comunidad. Porque el ciudadano sabe mejor “el dónde” se requieren las soluciones. La autoridad solo administra “el con qué”. Lástima que la ciudadanía todavía “brilla por su ausencia”.

 

Cuando existe una gran participación ciudadana se fomentan los lideratos ciudadanos. Lo que evita que la autoridad cometa abusos impunemente. Sabe ésta última que habrá de rendirle cuentas a quien debe. A su jefe, en la administración primeramente, pero más importante, rendirá cuentas a la ciudadanía. La que final y primordialmente es la que ha de proporcionar a los ciudadanos que se convertirán en un futuro, en funcionarios de la administración pública. Es un círculo infinito y continuo. Simbiosis retro alimentadora sin fin.

 

“Ningún estado moderno y justo logra consolidarse si el valor de la legalidad no está plenamente asentado en la ciudadanía[i].”

Jesús F. Reyes Heroles.

 

Un liderato ciudadano fuerte con una participación ciudadana efectiva y copiosa evita que prospere lo que daña a la comunidad. La corrupción. La ciudadanía participativa inmersa en la cultura de la legalidad es el “dique” que detiene las amenazas que se gestan contra ella.

 

Son las acciones y no las palabras la clave para medir la integridad. La participación ciudadana es el elemento que automáticamente la protegería contra el abuso y el autoritarismo de la autoridad que la gobierna y de la gente de los partidos políticos.

 

Las administraciones mediocres mejorarían como consecuencia ante la presión de una participación ciudadana activa, congruente, fuerte, consciente, apartidista, política, plural, honesta. Más, ahora que la reelección ha vuelto por sus fueros. Por lo mismo propongo:

 

La creación por mandato de ley de la Cámara Ciudadana Municipal.

 

La que estaría compuesta por reconocidos filósofos primeramente. Por ciudadanos de carácter probo y comprometido con su comunidad. Siendo apartidista, plural e independiente de la administración en turno y sin ambición política gubernamental.

 

Con autoridad moral para señalar y dictaminar sobre proyectos, obras, actividades en las que se haya de buscar el bien común.  Cuya función sea la de observar y dar seguimiento a todas las actividades de la administración pública. No gobernar.

 

No duplicaría, menos suplantaría actividades de la autoridad. Pero que por su carácter eminentemente ciudadano tenga todo el peso moral, efectivo y real para ejercerlo. El que se utilizaría para el combate a la corrupción. Y aquí El Meollo del Asunto de tal cámara.

 

Extendería y otorgaría “Certificados de Calidad Ciudadana (CCC)-como lo es el ISO de la Industria Maquiladora. Esto mediante la práctica de la Auditoria de Integridad (AI). Una herramienta “única” y exclusiva de la Cámara.

 

Sus funciones principales son: motivar, generar la participación ciudadana. Capacitar, certificar o acreditar ciudadanos para la administración y los departamentos de la administración pública. Sellando o avalando emblemáticamente los finiquitos al final de la administración.

 

Dar seguimiento en paralelo a los acuerdos de cabildo y otras similares. La figura no tendría carácter oficial, sólo representativo, emblemático y moral. Pero de peso por la certificación de calidad y aprobación.

 

Su autoridad siempre sería moral. La que emanaría de su servicio a todos los conciudadanos indistintamente.

 

Los “cómos”, “porqués” y “con qués”, serían materia-posterior-de desarrollo de la iniciativa. En el entendido que la participación ciudadana es la clave y el éxito en el desarrollo de las antiguas “polis” y la “civitas”. Que es el concepto aristotélico de la ciudadanía y de las ciudades de la antigua Grecia. De donde emana  primordialmente nuestro concepto actual de democracia. La que se logra precisamente por la gran participación ciudadana activa y constante. No sin ella. A manera privada esto ya se empieza a hacer por medio del programa nacional Avanza Sin Tranza. Y eso es, El Meollo del Asunto.

 

 

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Red: www.danielvallesperiodista.com

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Daniel Valles

Periodista @ELMEOYODLASUNTO

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