Todo lo que hacemos tiene un doble fin: experimentarlo para bien o para mal, hasta que nos cala, y aprender de lo que obtenemos de esa experiencia. Es por eso por lo que aprender siempre se puede considerar un regalo, aunque muchas veces nuestro maestro tenga que ser el dolor.
Siempre aprendemos de aquello que nos marca, nos sorprende o nos llama la suficiente atención como para robarnos el tiempo. Si no fuera así, de hecho, olvidaríamos rápidamente sin quedarnos con los recuerdos alegres o las moralejas de los momentos más duros.
El dolor como maestro
El dolor suele llegar con la misma fuerza con la que momentos antes había llegado la felicidad; y, además, esta felicidad suele haber sido propiciada también por eso mismo que ahora nos provoca daño. Así, el dolor llega después de la alegría, con historias que acaban, vidas que se separan, enfermedades que aprisionan…
Justamente, como decimos, el dolor es un maestro porque siempre es la certeza de que detrás ha habido algo que ha merecido la pena: es la antesala de nuevas alegrías donde valoramos, comprendemos y cuidamos más lo que tenemos.
Aprender siempre es un regalo aunque lo hagamos a partir de un dolor que parece inagotable e insoportable. Lo es en el sentido en el que nos ayuda a convertirnos en mejores personas y nos hace ser conscientes de que después de sentirnos en las cimas de las metas hay que volver a bajar para buscar otras nuevas.
Aprender del dolor y evitar el sufrimiento
Además de lo ya comentado, aprender del dolor significa entender que existe una gran diferencia entre la sensación involuntaria que nos produce algo que nos daña y la permisión de dejar que esa sensación se extienda en el tiempo hasta convertirse en sufrimiento.
En otras palabras, se ha dicho por ahí y sin falta de razón que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional. El dolor es útil porque nos ayuda a afrontar nuevas realidades y a ser más fuertes; sin embargo, el sufrimiento es inútil: es beneficioso desprenderse de él, sanar nuestras emociones y continuar.
Establecer los límites para el dolor es algo que es necesario realizar: marcar el punto en el que deja de ser inevitable para ser capaces de volver a mirar hacia delante. Cuando el ¿por qué me pasa esto a mí? ya ha tenido su propio tiempo, es hora de olvidar posibles respuestas y aprender que simplemente hay cosas que ocurren.
Aprender que puede haber un antes y un después al dolor
Lo cierto es que el dolor a veces puede ser tan grande que aprender de él conlleva un cambio enorme en nuestro yo interno: los golpes señalan la existencia individual y nos recuerdan que puede haber un antes y un después en torno a ellos.
Antes de llegar no lo esperábamos, pero cuando se apaga termina por ser una parte de nosotros. El daño se queda ahí, ya en forma de vivencia y herramientas para lidiar con nuevas aventuras: porque la vida es una aventura que necesita de grandes logros. Uno de los mayores logros será entender el dolor y aprender de él.
Ciertamente, el dolor es un maestro porque a través de él vemos la magnitud de un antes y la importancia de un después: salimos de él como quien se desorienta al entrar en una nube de gas donde no se ve nada y al ver de nuevo claridad se siente vivo.
De esta manera nos sentimos a nosotros mismos al aprender del dolor y después de él nos damos cuenta de todo lo que éramos y no sabíamos, observamos lo que estaba ahí y no veíamos y entendemos que el dolor nos enseña a mirar atrás únicamente para coger impulso.
Información:Lamenteesmaravillosa.com