Incapaces de hacer un aprendizaje significativo mediante la razón (facultad mediante la cual el pensamiento pasa de lo concreto a lo abstracto), su conducta se mueve por impulsos emocionales. Si un relato histórico o un dicurso político les hizo sentir satisfacción, lo quieren emular y aplicar en sus decisiones. No importa si la realidad no se ajusta al relato, el sentimiento es más poderoso.
Esa es la única explicación que se me ocurre ante el discurso y la conducta del Presidente de México.
Ninguna explicación racional, ningún pronóstico fundamentado es más poderoso que su hambre de reproducir la emoción que le generan las glorias pasadas, epopeyas de hombres a los que él admira. Quiere ser como ellos y actuar como ellos.
El pronóstico económico es catastrófico para México. Nadie es capaz de hacerle entender al presidente que su estrategia llevará al país a la crisis más profunda de los últimos 100 años. No, él niega la realidad porque su afan de ser como los que admira puede más que las razones.
Además, si algo sale mal tiene una coartada. El anillo al dedo equivale a tener una justificación histórica para su incapacidad de gestión como presidente.