Los altos salones de techos con vigas y pisos de madera del antiguo Museo Nacional albergaron talleres, laboratorios y bibliotecas donde los naturalistas de finales del siglo XIX y principios del XX, estudiaron y experimentaron con la flora y fauna mexicana. Un reencuentro histórico entre disciplinas, saberes y colecciones que hace más de cien años estuvieron unidas y por diversas causas debieron ser divididas, hoy se da cita en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo, antigua sede del Museo Nacional, en la exhibición 150 años de historia natural en México.
La exposición, montada para celebrar la nueva composición directiva de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, permanecerá abierta al público hasta febrero próximo, cuando el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) cumplirá 80 años de desarrollar sus tareas de investigar, conservar y difundir el patrimonio cultural de la nación, iniciadas justo en el antiguo Museo Nacional, en la calle de Moneda N° 13, donde, al igual que la historia natural, también germinó la antropología mexicana.
El retorno temporal de la historia natural a este inmueble busca acercar al público a los antecedentes de las ciencias naturales en nuestro país. En este marco, el museo, conjuntamente con el Consejo de Paleontología del INAH llevaron a cabo un ciclo de conferencias que abrió con el tema del ámbar de Chiapas.
La joya que encapsuló al tiempo”, así llama Gerardo Carbot Chanona a esta resina endurecida. El maestro en ciencias es vocal del Consejo de Paleontología e investigador-curador de la Colección Paleontológica del Museo de Paleontología “Eliseo Palacios Aguilera”, de la Secretaría del Medio Ambiente e Historia Natural de Chiapas, donde se conserva una importante colección de organismos encapsulados en el bálsamo.
Carbot Chanona advierte que el ámbar es un fósil único porque en su estructura no está presente ningún tipo de mineral, entonces no se trata de una piedra, sino de una resina: por sí solo el ámbar es un fósil, una resina fósil.
El ámbar no contiene agua o humedad en su estructura, no genera cristales, no genera un volátil o solvente, no es un material duro y es pobre conductor de calor; estás son sus propiedades físico-químicas, explicó el especialista.
Para la paleontología, los fósiles de ámbar son de gran relevancia por la calidad de conservación que presentan los organismos preservados en ellos. De alguna manera, podría decirse que están momificados porque todos los procesos de descomposición se detuvieron.
Además, la transparencia del ámbar permite apreciar detalles en tercera dimensión, deja ver especies microscopias, patrones de color o estructuras de los organismos que no se pueden conservar en otro medio, como los órganos reproductores o las alas. Por todo ello tiene gran potencial para el estudio de plantas, insectos o incluso microorganismos.
Recientemente las posibilidades de investigación han llegado más lejos, Carbot Chanona explica: en ámbar procedente del Báltico se realizaron estudios para extraer las burbujas de aire que encapsuló la resina y parece que éstas atraparon el contenido de la atmósfera que estaba presente cuando se formó.
La antigüedad del ámbar, explica, varía en distintas partes del mundo, dependiendo del depósito y las fuentes paleobotánicas de las que emanó; puede ser desde 200 millones de años hasta 40 o 20 millones. El de Chiapas se formó durante el Mioceno Temprano, tiene 23 millones de años. Su edad ha sido estimada a través de análisis de isótopos de estroncio extraído del caracol Melongena y del cangrejoCalappa zurqueri, encontrado en los mismos sedimentos, explica el paleontólogo.
Para que la resina se convierta en ámbar tienen que pasar mínimo 10 millones de años, en los que se polimeriza y oxida, en un proceso llamado ambarización que ocurre a una profundidad considerable bajo tierra, en condiciones de temperatura y presión adecuadas, en depósitos formados en miles de años.
La resina que da lugar al ámbar emana de determinados árboles, luego de que algún agente externo, como un rayo o un insecto, dañe la corteza, aflora a la superficie y en contacto con el aire, se endurece.
En México hay ubicados seis depósitos, en los Altos y Centro de Chiapas: Simojovel, Huitipán, El Bosque, Pueblo Nuevo, Totolapa, y hacia el norte, en Palenque; recientemente se halló el séptimo, cerca de Tabasco, en Raudales Malpaso. Prácticamente todos tiene características de un mismo yacimiento, dice Carbot Chanona.
El ámbar de Chiapas no es viejo como el del Báltico, Francia, España o Brasil, comenta, que son mucho más quebradizos por su antigüedad, lo que hace al chiapaneco ideal para trabajar en joyería pues además su composición química es bastante estable y no se fragmenta fácilmente, por lo que puede manipularse.
¿Cuánto ámbar queda? No es posible saberlo. Lo cierto es que se extrae desde hace 200 años y cada vez hay más gente dedicada a esa actividad. Posiblemente en Chiapas existan depósitos que aún no afloran de la tierra.