Para los antiguos mexicas, mantener un estrecho diálogo con sus dioses era crucial para dotar de estabilidad al mundo, por ello, agradecerles a través de ofrendas cuando se mostraban pródigos o si notaban su ira o indiferencia, era una práctica indispensable. Así lo atestiguan 46 osamentas, en su mayoría de infantes, cuyo ADN fue estudiado por expertos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), de un conjunto de 88 individuos sacrificados hace más de 500 años, hallados en Tlatelolco y en el Recinto Sagrado de México-Tenochtitlan.
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