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Martes, 19 Julio 2016 13:08

De la tierra crecieron los cimientos. Las casitas de lodo

Escrito por

Por Rosalba Espejel

@maniakardiacaa

‘‘Laten todavía las antiguas creencias y costumbres. Esos despojos, vivos aún, son testimonio de la vitalidad de las culturas precortesianas’’.

Octavio Paz, El laberinto de la soledad.

Don Francisco se levanta muy temprano cada mañana en un pueblito cercano a Teotihuacán, Estado de México; hace un poco de frío, pero él está acostumbrado, se para a observar a su alrededor y su memoria se remonta a la fecha cuando construyó su casa, con el mismo procedimiento con el que los pájaros hacen sus nidos. El sol comienza a calentar y se transporta 60 años atrás, cuando ser albañil le daba de comer a él y a su familia. Le pide a su bisnieto que busque en internet la palabra adobe, y éste le contesta: “Es una empresa de software”. Desentendido, Panchito entristece, pues sabe que nadie reconocerá el gran esfuerzo de toda una vida.

Era el México campirano de 1950 en San Lorenzo, cerca de la pirámides, un lugar con clima variado: frío, calor, viento y lluvia, pues se trataba de La Tierra de los Dioses, esa mítica ciudad abandonada misteriosamente siglos atrás, pero recién se descubrían los rastros de esa civilización y muchos pobladores, a la fecha, siguen las tradiciones prehispánicas de Mesoamérica.

Recuerda que el paisaje era verde, lleno de nopales con tunas rojas, gigantescos cactus, cultivos de maíz, flores de girasol y árboles que parecían danzar al compás del viento. “Se veía el cielo tan azul como si hubiera sido pintado por un gran artista; los niños jugaban sin temor en las calles terrosas, mientras corrían junto a sus borregos”.

El cacareo de las gallinas, el mugir de las vacas y el piar de las aves era costumbre, ya que la mayoría de los habitantes tenía animales de granja: gallinas, puercos, guajolotes y caballos cumplían la función para el sustento. La vista te obligaba a observar hacia un punto de fuga, las pirámides de Teotihuacán, pues antes no existían construcciones de más de dos pisos que taparan el hermoso horizonte de aquella época.

En busca del bienestar de sus hijos, con el ánimo y ahorros de su esposa, don Francisco decidió hacer su casa en San Lorenzo, el pueblo donde creció. Caminaba por terrenos donde el sol le quemaba de la cabeza a la punta de los pies, junto con sus compañeros iba a rascar la tierra para encontrar el mejor material, cuidando que no fuera tierra salitrosa (llamada así por sus grandes contenidos de sal), que se identifica porque con el tiempo el adobe se hace polvo; lo comparaba porque al tocar la tierra era más delgada y tenía rasgos blancos, aparte que no dejaba desarrollar plantas. Eran horas enteras de escarbar y escarbar con una pala pesada, don Francisco trataba de deshacer los terrones que salían, ésa era una tarea muy difícil y pesada.

Alrededor juntaban las piedras más grandes que encontraran en el terreno, como si fuera un corral de animales –llamado redondel–, ahí vertían la tierra y la humedecían. De esa manera concluían el primer paso para crear el adobe. Ya que se reventaban los montículos, para don Francisco era el momento de la acción. El lodo se revolvía con paja y estiércol de mulas para que quedara más resistente. Con los pantalones hasta las rodillas se metía sin temor alguno en el redondel para revolver el lodo. Sus talones se cuarteaban hasta reventar y las llagas también coloreaban la mezcla.

El siguiente paso era ponerlo en la agavera, una tabla que servía para mecer el adobe de lado a lado; ya que estaba ladeado se le daba forma rectangular con las esquinas de la agavera, de esa manera se hacían los tabiques. A un conjunto de tabiques se le denominaba hilada, el tamaño de ellos era de aproximadamente 12 centímetros Junto con su esposa, Antonia, don Francisco fabricaba pieza por pieza, de tantos que hacía perdía la cuenta, pero sabía que cada uno representaba todo su esfuerzo.

Los orígenes

En búsqueda de la historia de este proceso de construcción con el que durante un tiempo la totalidad de las casas mexicanas se edificaron así, el arquitecto Arturo Contreras Campos, profesor de la UNAM, indica que esta técnica se usó mucho antes de la Conquista, y que aún se utiliza en zonas rurales donde el factor económico-geográfico dificulta adquirir y trasladar materiales. “Son tabiques muy resistentes, ya que no solamente están hechos de barro, es un aglomerado con fibras orgánicas que van haciendo una especie de tejido que los hace muy resistentes, pero no es conveniente usarlos para grandes tramos”.

Sobre su durabilidad, agregó que es necesario “darle un mantenimiento constante para que dure casi lo mismo que una estructura de concreto; éste consiste en reconstruir y resanar constantemente con el mismo material, si una parte se ve afectada es donde necesita el mantenimiento”.

El académico explicó que desde hace unos veinte años los pobladores trabajan con otros materiales inorgánicos, por iniciativa de ambientalistas, además de una combinación de los existentes en los lugares de edificación o cercanos. “Aparte del adobe existen otros sistemas constructivos semejantes que implementan tecnologías nuevas o incluso de reciclaje que van combinadas con tierra, es un tipo de adobe pero con materiales más actuales”.

El declive

Don Francisco se dio cuenta que fabricar casas era negocio, pues sus ancestros también se dedicaban a eso. Se dedicó a este trabajo y en ese tiempo le pagaban de 25 a 30 pesos por 500 tabiques: “en esa época era muy caro, el concreto aún no empezaba a reinar en los materiales de construcción”.

El tiempo para terminar una obra era de 15 días para un cuarto, más un mes en lo que se secaba para que la casa pudiera ser habitable. Sin embargo, con la llegada de las tabiqueras y el uso del concreto su trabajo fue cada vez menos requerido. Ahora sólo las viejas casas siguen de pie como mudo testigo de esa antigua técnica de construcción.

Tras toda la carga emocional que soltó en un rato, don Francisco regresa a su pieza con paso lento apoyado en su bastón, como recordando todo el lodo que tuvo que mezclar en su vida para poder y tener dónde vivir, lo comprueba esa casita que tiene más de seis décadas en pie y desde que colocó el primer tabique prácticamente no ha sufrido modificaciones, lo cual es un logro en estos días porque el adobe ya a nadie interesa y sólo se usa para las computadoras. Ha quedado obsoleto.

 

 

Imagenes de @vikusan

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